La lengua de España · 20 de octubre de 2010
Supongamos que Umberto Eco acertaba cuando afirmó que «la verdadera lengua de Europa es la traducción»; en tal caso, la verdadera lengua de España sería la explotación laboral, el abuso económico y la invisibilidad, tres factores cuya combinación más rigurosa se encuentra precisamente donde menos lo imagina el lector medio, en la traducción literaria. Pero todo a su tiempo.Esta semana, ante la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, se han alzado voces que alertaban sobre las consecuencias de los recortes en investigación; en efecto, se corre el riesgo de destruir lo poco que se había ganado y de condenar a nuestros investigadores al desempleo o a buscar un futuro en otro país, lo cual es especialmente grave porque la formación de especialistas es especialmente lenta, cara y difícil. Las habilidades y los conocimientos que se pierden hoy, no se recuperan de la noche a la mañana. Ni en ciencia ni en tecnología ni en el mercado editorial, sí, porque algunos desconocen que el mercado editorial es uno de los pocos sectores industriales de España, si no el único, que se encuentra entre los cinco primeros del mundo.
Carmen Caffarel, directora del Instituto Cervantes, recordaba en junio de este año una vieja afirmación de César Antonio Molina, ex ministro de Cultura: que los sectores asociados al idioma castellano equivalen al 15% del Producto Interior Bruto (PIB); como dato estadístico deja bastante que desear, pero exageraciones aparte, tiene la virtud de llamar la atención sobre el peso real del idioma en la economía. Si nos limitamos al sector que nos ocupa, los hechos dicen que el mercado editorial supone el 44% de toda la aportación de la industria cultural al PIB, y según datos del año 2008, el 27% de toda la producción española de libros eran traducciones que, en casi un 40%, correspondían a la traducción literaria.
Como se ve, los traductores literarios no somos un puñado de artesanos vocacionales que desempeñan una función caprichosa e inútil, sino un puñado de especialistas en un sector clave de la economía. Y aquí llega la sorpresa: ese puñado de especialistas trabaja en condiciones de miseria, sin vacaciones, sin contratos estables y obligados a afrontar las cotizaciones de la SS con uno de los salarios por hora más bajos del mercado laboral. Esto es válido para todos los ámbitos de la traducción, hasta el punto de que sólo el 45% de los traductores vivimos exclusivamente de nuestra profesión y de que el propio Estado reconoce (Ministerio de Cultura, 2008) que el 17% no puede cotizar a la SS «por la imposibilidad de hacer frente a las obligaciones fiscales dada la escasez de ingresos derivados de su trabajo».
Cuando nuestros presidentes y ministros se desgañitan con la fortaleza de nuestra cultura y de nuestros idiomas, presentados como punta de lanza de la marca España, evitan los detalles que determinan de qué tipo de fortaleza estamos hablando. Se dice que tenemos la cuarta industria editorial más importante del mundo, lo cual es tan cierto como que el castellano es el cuarto idioma más hablado en el mundo, pero ¿qué peso tiene fuera de sus fronteras? No hay que ir lejos para responder a la pregunta. El 80% de las traducciones de la UE tienen el inglés, el francés y el alemán como lengua de destino; el castellano, que es primera, segunda o tercera lengua del 14% de los europeos (UE-27, Eurobarómetro 2006) sólo llega al 2,43%, muy por debajo del italiano (3,46). Por ese motivo, los que traducimos literatura al castellano (imaginen la situación del catalán o el gallego) ni siquiera tenemos la posibilidad de imitar a los investigadores y marcharnos del país.
Me he limitado a factores económicos y sociales de carácter general porque no se trata de entrar en materia, sino de que el lector medio entienda el contexto. Sin embargo, las consecuencias del tratamiento que recibimos los traductores literarios son bastante más profundas; la pérdida constante de especialistas, muchos de ellos insustituibles, tiene efectos que, al final, dañarán nuestra presencia cultural en el mundo y la pondrán a la altura de nuestra importancia científica. Si esa amenaza no es suficiente para que las autoridades y el propio sector reaccionen, terminaremos con una profesión sin profesionales.
Madrid, octubre.
También publicado en Nueva Tribuna.
— Jesús Gómez Gutiérrez
El futuro está aquí / Defensa de la transgresión